Alemania en el centro: Los desafíos de Europa en la nueva geopolítica mundial, por Rosana Sosa García

Europa está en una encrucijada. El continente que alguna vez se erigió como la cuna de la civilización moderna y el epicentro del progreso, hoy enfrenta desafíos que, aunque interesantes, también son preocupantes. La coyuntura geopolítica actual pone de manifiesto debilidades que exigen un análisis profundo, casi quirúrgico, de sus causas y consecuencias. El Real Instituto Elcano, con su meticuloso estudio, nos ofrece un mapa para entender la complejidad de estos tiempos y para imaginar las transformaciones necesarias para que Europa no solo sobreviva, sino que resurja.

La economía global ya no es lo que era. Hubo un tiempo en que hablar de eficiencia, mercados abiertos y globalización era sinónimo de crecimiento y prosperidad. Hoy, sin embargo, el viento sopla en dirección contraria. La seguridad económica, la autonomía energética y la resiliencia de las cadenas de suministro son las nuevas monedas de cambio, y Europa está luchando por encontrar su lugar en esta nueva realidad.

El trabajo del Real Instituto Elcano propone una serie de medidas para abordar esta transformación. Desde mejorar la financiación pública europea hasta la creación de un activo soberano libre de riesgo, las soluciones son variadas, pero todas apuntan hacia un mismo fin: fortalecer la capacidad de Europa para enfrentarse a los retos del presente y el futuro.

El primer paso es fortalecer la financiación pública, para lo cual se necesitan nuevos impuestos europeos y emisiones de deuda conjunta. El Next Generation EU es solo el comienzo; se necesita una política fiscal que logre la sostenibilidad en el mediano y largo plazo, con el debido margen fiscal que permita acometer un programa de inversiones productivas sostenido y asegurar la estabilidad macroeconómica a través del crecimiento económico. Pero no basta con eso. Europa también debe mejorar la financiación privada, evitando la fragmentación de los mercados financieros y avanzando hacia una Unión bancaria y de capitales más integrada.

En cuanto a la política industrial, el informe propone ir más allá de la mera descarbonización. Se trata de racionalizar las ayudas estatales, establecer un sistema de ventanilla única y fomentar entornos regulatorios que permitan la innovación tecnológica. No se puede ser tímido a la hora de impulsar la disrupción tecnológica; Europa debe asegurarse de tener acceso a los minerales críticos y crear acuerdos comerciales que faciliten la transición a un modelo más sostenible y competitivo.

La colaboración entre empresas y administraciones públicas es esencial para el éxito de estas reformas. Un marco jurídico más sencillo y transparente puede ser el catalizador para el desarrollo de infraestructuras críticas y la gobernanza de datos. Al mismo tiempo, la formación continua y el refuerzo del capital humano deben ser prioridad para cualquier estrategia de recuperación y crecimiento. Aquí es donde la educación dual y la colaboración entre centros educativos y empresas juegan un papel fundamental.

Por último, pero no menos importante, está el imperativo de defender un marco de solidaridad internacional. El multilateralismo no es solo una palabra bonita; es la clave para establecer acuerdos económicos y comerciales bilaterales que reflejen los valores europeos. Estos valores, en esencia, son lo que han hecho de Europa un faro de civilización y progreso. Pero para mantener esa posición, se requiere algo más que buenos deseos; se requiere acción.

Sin embargo, para que todas estas propuestas se conviertan en realidad, es necesario entender las amenazas y escalarlas de manera efectiva. El riesgo de un nuevo orden monetario multipolar es uno de esos desafíos. China, con su renminbi, ha estado trabajando para reducir la dependencia mundial del dólar, mientras que países como Brasil, Rusia, India y Sudáfrica abogan por un sistema financiero menos centrado en Estados Unidos.

Los europeos también deben enfrentarse a la amenaza del desplazamiento industrial. La pérdida de competitividad debido a la dependencia energética y el alto costo de producción es un problema real, especialmente en Alemania, la locomotora de Europa. La capacidad de China para generar rivalidades comerciales y el atractivo de los subsidios estadounidenses están ejerciendo presión sobre la industria europea.

El ejercicio de política económica requiere una comprensión profunda de estas amenazas y de cómo pueden ser abordadas para lograr los objetivos planteados. No basta con señalar los problemas; hay que encontrar soluciones creativas y viables. Y en este sentido, Europa tiene el desafío de reimaginar su contrato social, no solo para sí misma, sino para el mundo.

El Crepúsculo del dólar: La Amenaza de un Nuevo Orden Monetario Multipolar

El poder del dólar, ese titán de la economía global ha dominado el sistema monetario internacional desde tiempos inmemoriales. Durante décadas, su supremacía no fue cuestionada. Era la divisa de referencia, el refugio seguro, el estándar que todos aspiraban a emular. Pero las cosas están cambiando, y a un ritmo que sorprende incluso a los más escépticos. La amenaza de un nuevo orden monetario multipolar ya no es una simple teoría conspirativa; es una realidad que se está gestando ante nuestros ojos.

Los chinos, desde la crisis financiera del 2008, han estado abogando por la internalización del yuan, el renminbi, como le llaman. No fue un proceso inmediato ni sin obstáculos, pero Beijing siempre tuvo un plan, y poco a poco está dando sus frutos. A esto se suman otros actores, países emergentes como Brasil, Rusia, India y Sudáfrica, que también ven la necesidad de reducir la dependencia mundial del dólar. Un grupo diverso, pero con un objetivo común: crear un sistema donde el dólar no sea el único protagonista.

No nos engañemos, el dólar sigue siendo la divisa más usada en el planeta. Las autoridades monetarias, las empresas, los bancos, todos confían en él como medio de cambio, depósito de valor y unidad de cuenta. Sin embargo, las señales de un cambio estructural son innegables. La cuota del dólar en las reservas oficiales ha ido cayendo, desde un contundente 71% en 1999 hasta un más modesto 58% en 2022. El oro, ese viejo conocido de los tiempos de incertidumbre, ha vuelto a ser demandado, reflejando la búsqueda de estabilidad en un mundo cada vez más incierto.

El Fondo Monetario Internacional, con su cesta de derechos especiales de giro, ha dado entrada al renminbi, una señal clara de que el yuan está ganando terreno. Algunos dijeron que su auge se había estancado, pero la realidad es más compleja. China transa gas licuado con Francia usando el RMB, y desde el inicio de la guerra entre Rusia y Ucrania, el uso del yuan en lugar del dólar se ha multiplicado por dos. Los canales de comercio se están reajustando y, con ellos, la geopolítica monetaria.

Por ahora, el dólar mantiene una posición dominante, ocupando el 59% de las reservas globales, mientras que el euro tiene el 21% y el yuan apenas el 2,7%. Pero las acciones hablan más fuerte que las palabras. Arabia Saudí, ese bastión del petróleo, ha acordado aceptar importaciones de China en yuanes. Brasil busca acuerdos para impulsar sus exportaciones agrícolas en la misma moneda. Incluso si el mercado financiero en yuanes aún es pequeño comparado con el dólar, estamos viendo una tendencia clara hacia un nuevo orden multipolar.

Las implicaciones de esta evolución son enormes. ¿Qué significa un mundo donde el dólar ya no es el único rey? ¿Qué desafíos enfrentará Occidente en un sistema donde el yuan y otras monedas empiezan a jugar un papel más relevante? No son preguntas triviales, y las respuestas definirán la economía global en las próximas décadas.

El cambio es inevitable, pero su ritmo y alcance aún están por determinarse. Europa y Estados Unidos, acostumbrados a liderar el escenario monetario, tendrán que adaptarse a esta nueva realidad o arriesgarse a quedar relegados a un segundo plano. Porque el nuevo orden multipolar ya no es solo una posibilidad, es un hecho en proceso de gestación. Y como toda gestación, su nacimiento puede ser pacífico o traumático, dependiendo de cómo lo abordemos.

El Exilio de la Industria europea: Amenaza para la Autonomía Estratégica

La industria europea, ese otrora bastión de la productividad y el progreso se encuentra ahora en una posición precaria. La amenaza del desplazamiento industrial, con todo lo que eso implica para la autonomía estratégica de Europa, es cada vez más real. Por mucho tiempo, la política industrial europea fue la envidia del mundo: fábricas eficientes, cadenas de suministro fluidas y una reputación por la excelencia. Pero todo esto está cambiando, y el horizonte no se ve tan claro como antes.

Es cierto, nadie discute la necesidad de consolidar la política industrial europea. Incluso se podría decir que es un consenso tácito entre los líderes del continente. Pero entre el consenso y la acción hay un abismo, y el desafío de la competitividad frente a empresas extracomunitarias es un muro que cada vez se vuelve más alto. Los precios elevados de la energía, la ausencia de políticas industriales coherentes y la creciente deuda pública, especialmente en países como Grecia, Italia, Francia y España, están cobrando factura. Y eso es solo el comienzo.

El envejecimiento de la población y la escasez de mano de obra cualificada son otros factores que agravan el problema. La Unión Europea estima un déficit de 11 millones de profesionales en tecnología de la información. ¿Cómo puede Europa competir en un mundo cada vez más digital si carece del capital humano para sostener esa competencia? La respuesta parece ser: a duras penas.

Luego está China, el gigante del este, con su capacidad para generar rivalidades comerciales gracias a su preponderancia en minerales críticos, baterías, vehículos eléctricos y paneles solares. Europa necesita estos recursos para impulsar su transición hacia una economía más verde y digital, pero China juega su propio juego, y Europa apenas está aprendiendo las reglas.

El Real Instituto Elcano, en su excelente trabajo, señala que la dependencia energética europea todavía no se ha superado. Las pautas seguidas por el grupo de los 27 parecen más reacciones a la crisis energética derivada de la invasión de Rusia a Ucrania que el resultado de un cambio de modelo económico concertado y planificado. ¿Y cuál es el precio de esta improvisación? Más costos, más incertidumbre y, peor aún, una industria cada vez menos competitiva.

La pérdida del gas ruso barato ha dejado a Alemania, la locomotora económica de Europa, en una situación comprometida. Christian Kullman, director ejecutivo de la empresa química alemana Evonik Industries, lo dijo sin rodeos: “El precio del gas actualmente es el doble que, en 2021, lo que perjudica a las empresas que lo necesitan para fabricar vidrio, papel y revestimientos metálicos utilizados en edificios y automóviles.”

Para 2023, Estados Unidos se convirtió en el mayor proveedor de gas natural licuado para la UE, casi la mitad del total de las importaciones. España, que inicialmente debía ser un re exportador de GNL para Europa, ha terminado comprando gas a Rusia, aprovechando su capacidad de regasificación. Todo esto para compensar la dependencia perdida con Rusia, pero a un costo que Europa no puede permitirse.

El debilitamiento de la industria europea no solo afecta a Alemania, sino a toda la Unión Europea. Alemania representa el 25% del PIB de la eurozona y el 10% de las empresas manufactureras europeas. Si esta locomotora pierde fuerza, el impacto será devastador para todo el continente.

El camino para recuperar la autonomía estratégica pasa por reformas estructurales y políticas audaces. Europa debe repensar su enfoque energético, invertir en infraestructuras críticas y encontrar maneras de atraer mano de obra cualificada. No será fácil, pero la alternativa es un desplazamiento industrial que deje a Europa como un simple espectador en un mundo dominado por otros. Los desafíos son grandes, pero el costo de la inacción es aún mayor.

Las Cifras No Mienten: La Dura Realidad en Números

Las cifras no mienten; son un reflejo frío y a menudo implacable de la realidad. Y la realidad que nos muestran las cifras del cierre del 2023 en Alemania es inquietante. La economía más grande de Europa entró en recesión técnica con una variación interanual del PIB del -0,2%, y aunque en el primer trimestre del 2024 hubo un leve crecimiento del 0,2%, el FMI estima que este año terminará con una contracción del 0,3%. Esto es más que un simple tropezón; es un síntoma de un problema más profundo.

La producción industrial alemana ha caído por sexto mes consecutivo, con un descenso del 0,7% intermensual en noviembre de 2023. En el año, la producción cayó casi un 5%, situándose un 9,4% por debajo de su nivel anterior a la pandemia. La crisis energética ha tenido un impacto devastador, restando un 20% a la producción electro intensiva. Todas estas cifras apuntan a un mismo lugar: un modelo económico que ya no puede sostenerse por sí mismo.

El nuevo modelo de crecimiento económico para Alemania debe ser más que un simple parche. Requiere reformas estructurales y políticas valientes para estabilizar y reactivar la economía. Los economistas coinciden en que parte del problema radica en la infraestructura deteriorada, la escasez de mano de obra cualificada y el retraso en la digitalización y descarbonización. No es solo cuestión de números; es una cuestión de visión y de voluntad política.

El plan para sacar a Alemania del estancamiento debe incluir una revisión exhaustiva de los riesgos de la Unión Europea. Hay que examinar las inversiones en el exterior y tomar medidas drásticas contra el robo de tecnología y la compra de empresas de tecnología avanzada por parte de intereses extranjeros. El modelo económico eficiente que se propone necesita inversiones públicas, reformas en digitalización y la construcción de infraestructuras como la fibra óptica.

Alemania debe seguir siendo pionera en la fabricación de tecnologías verdes y mantener su liderazgo en investigación y desarrollo. El margen fiscal del país le da cierta ventaja, pero no es suficiente por sí solo. El FMI sugiere impulsar la financiación de empresas jóvenes e innovadoras y reducir los obstáculos para la participación de inversores institucionales en los mercados de capitales. Todo esto suena lógico, pero para que funcione, se necesita más que recomendaciones; se necesita acción.

El Centre for European Reform, por su parte, sugiere que Alemania apoye iniciativas de nuevos acuerdos de libre comercio con países asiáticos emergentes como India e Indonesia, y que acometa el plan ferroviario. También recomienda apoyar la integración de inmigrantes cualificados, ofreciendo incentivos y aumentos de sueldos para atraer el talento necesario. La competencia con China es real, y Alemania necesita utilizar la fuerza de la Unión Europea para enfrentarse al mercantilismo chino y proteger la competitividad de su industria.

No podemos olvidar que Alemania es uno de los países fundadores de la Unión Europea, y su futuro está intrínsecamente ligado al éxito del proyecto europeo. Con Francia, Italia, Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo, Alemania fue parte del grupo de los seis países que firmaron los tratados de Roma en 1957, considerados el nacimiento de la Unión Europea. Esta unión ha sido la garantía de la paz en Europa y un eje de equilibrio en el mundo.

Sin embargo, estos tiempos requieren algo más que nostalgia. Necesitan acción y un compromiso renovado con los valores establecidos en el Tratado de Lisboa y la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE. Alemania tiene que liderar, no solo en el ámbito económico, sino también en la defensa de esos principios. Y para ello, es esencial prevenir el surgimiento de regímenes populistas, que pueden ser una amenaza para la continuidad de estos preceptos. España, lamentablemente, parece encabezar este riesgo actualmente, y es un recordatorio de que el desafío es constante y requiere vigilancia.

Europa tiene mucho en juego, y Alemania es una parte crucial de este rompecabezas. El éxito del continente depende de que sus líderes entiendan que no se trata solo de cifras, sino de valores y principios que han sostenido la paz y la prosperidad durante décadas. El tiempo apremia, y el futuro de Europa no esperará por siempre.

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